Diario de Mal’Pal’. 31 de enero de 2010.

3 p.m. Estoy en un juzgado. Sentado en una silla. Me preguntan si tengo alguna cicatriz. En el papel me ponen que tengo un lunar sobresaliente en el mentón (le aclaro que además de ese hay dos, los cuales forman  un triángulo imaginario). El secretario tipea. Corrige. Tiene las uñas de ambos meñiques crecidas, además de peinado hacia el costado. Es diminuto y delgado. Camisa a rayas. Se queja del calor. Me dice “Yo no estoy contra ti, sólo te haré las preguntas que eso es mi trabajo”.  Ve la forma de mi firma y dice: “hasta tu firma parece una caricatura”.

No sonrío. Lo miro atentamente. De frente. Sin agachar la cabeza. Posición samurái frente a un ninja.

-Montero, tu firma parece un patito-

-Cada uno se imagina con mi firma su figura interior-, contesté.

(sonríe)

- Ah, no me llamo Montero; Me llamo Torres Montero-

-Pero ese es tu nombre…-

-Torres- , repetí.

Dos horas declarando sobre la querella contra mí de un ex ministro de Defensa. Estoy con mi abogada (abusando de su buen humor, le he puesto la Gatubela del Misterioso Caso del Gato PoP en el Rey Kat y sus Siete lifes).

Ahora lo escribo en este blog. No debería hacerlo. Pero lo hago.

La Abancay está llena de transeúntes. Grabo con mi handycam sus declaraciones. Las mías.

 Mientras el verbo refulgente llena todos los pasillos de ese edificio lúgubre, mi skate está tibio en la casa de mi enamorada. Hay harto sol en Lima.